Conversando con un sobrino, que es emprendedor como yo, me llené de ganas de escribir esta nota. Sentí que su relato estaba lleno de elementos atractivos que le agradarán a muchos.
Muy pocos profesionales se atreven a emprender, principalmente porque emprender es convivir con el riesgo, pero junto con ello, con la profunda convicción que esa es la mejor vía para alcanzar tus sueños. Esta es sólo una parte de la historia de Rodrigo Concha y de Sebastián Paganelli, dos personas que han apostado por cautivar a sus clientes a través de vivir la experiencia de disfrutar vinos que cuenten historias y que comercializan a través de la plataforma WoWines. Más detalles se pueden consultar en la nota del diario La Segunda y en su cuenta en Instagram wowineschile.

La historia tiene que ver con la memoria y la memoria es la capacidad humana que garantiza nuestra existencia, a lo largo de nuestra vida y más allá de ella. Muchos han llegado a afirmar que se deja de existir cuando ya nadie te recuerda. A su vez, la historia tiene que ver con la cultura, es decir: con el conocimiento, las ideas, las tradiciones, la identidad y las costumbres que caracterizan a un grupo humano, un pueblo, región o país.
Y es justo aquí donde el equipo de emprendedores de WoWines ha querido generar su valor agregado. Su objetivo es lograr que la experiencia de los clientes que consumen los vinos comercializados por ellos enganchen con su historia productiva, queden en sus recuerdos, los vuelvan a preferir y los recomienden. El valor agregado de esta estrategia también tiene otra dimensión, y tiene que ver con el beneficio que esta forma de comercialización produce en los productores y su entorno, convirtiéndose así en un factor catalizador de esa actividad.
Esta estrategia ha llevado a Rodrigo y Sebastián a seleccionar territorios, y dentro de ellos, procesos productivos específicos, donde han priorizado la escala pequeña, con producciones únicas, respetuosas del medio ambiente y con sentido de origen . Decisión vital que los llevó a conocer familias de productores, sus entornos y sus historias. En ese contexto, también aparece la pasión por lo que se hace, junto al vértigo que significa visionar todo lo nuevo que WoWines puede sumar a lo que ya se ha hecho.
El territorio principalmente escogido es el Valle del Río Itata. Pocos saben que en esa zona comenzó la historia del vino chileno, cuando el sacerdote jesuita Francisco de Carabantes en 1548 trajo desde el Perú las primeras vides a Chile y desembarcó en el puerto de Talcahuano. Se trataba de la cepa conocida como Uva País. Las primeras plantaciones fueron realizadas por los frailes en los valles de Colchagua, Maule e Itata. Su objetivo inicial, era «proveer de vino las misas». Rápidamente su producción se expandió, y desde ese entonces, esa cepa fue la base de la única producción de vinos por casi 300 años en Chile. Al final de ese período se produce un giro de timón con la independencia, cuando se comienza a exportar vino chileno. Y a mediados del siglo XIX se traen nuevas cepas de Francia (Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Pinot Noir, Riesling, Sauvignon Blanc y Semillón).

Pero el Valle del Itata guarda muchísimas historias fascinantes, como por ejemplo la de la Viña y Hacienda El Milagro. Ziley Mora cuenta detalles de ella en el sitio LadiscusiónCl: «La Compañía de Jesús, antes de partir al exilio en 1767, aparte de los famosos colegios, dejó grandes herencias productivas. Fue el caso de “El Milagro”, una antigua viña y hacienda del Cayumanque (¿parte de la gran San Joseph de Ñipas o quizá Conuco?), hoy muy reducida sólo al consumo familiar. Sin embargo guarda mucha de la historia asociada al vino artesanal del Itata y de la colonial provincia de Puchacay. Después de casi 150 años de abandono, Emilio Müller Guller, ingeniero suizo del ferrocarril Tomé-Coelemu, se avecindó allí como ermitaño en la ladera. Y re-creó una prospera hacienda totalmente autosuficiente, con siembras diversificadas, frutales, molinos, viñedos que con los cuales surtió abundante mosto que se comercializaba desde el puerto de Tomé, transportándose hasta allí en pipas sobre carretas de bueyes, tal como la Viña Santa Gertrudis del otro lado del cerro, de propiedad de los Unzueta, hoy extinta bajo los pinos.«
Según cuenta la nota anterior, Müller era un innovador y un soñador. Llega al país en 1908, contratado por el gobierno de Pedro Montt para la construcción de los ramales costeros del ferrocarril entre Rucapequén y Coelemu-Tomé-Penco. Fue el primer hacendado del valle, aprovechó todos los avances que los jesuitas dejaron en el lugar, canalizó aguas, creó sistemas de generación eléctrica a penas una década después de la primera central en Chile construida en 1897 por los Cousiño en la ciudad de Lota; creó una hacienda 100% autosustentable, produjo vino a mediana escala, incluso, construyó el primer puente techado de Chile. Es decir, ¡vivió en el paraíso!.

Así como Müller, el valle está lleno de muchísimas historias.Y claramente, las de mayor data del vino chileno. Parece increíble que en pleno Siglo XXI, dos jóvenes emprendedores como Rodrigo y Sebastián hayan puesto sus fichas en el Valle de Itata, donde es posible disfrutar de vinos de excelencia con sentido de origen, sustentabilidad y a escala humana. De seguro es lo que los jóvenes de hoy, principalmente, valoran más. Son ellos, justamente, la generación que pagará los mayores costos de la Crisis Climática y Ecológica generada por el hombre moderno, desde la Era Industrial, pero con mayor grado de gravedad, desde la década de los 80. Por lo tanto, la apuesta es altamente viable. Los jóvenes, y todas las generaciones que vendrán, consumirán mayormente productos cuyo valor agregado esté directamente vinculado con beneficios hacia la naturaleza y sus ecosistemas, así como también, hacia la preservación de los mejores valores humanos, tales como la historia y la cultura chilena. Así, podremos imaginar que ellos brinden con productos comprados a través de la plataforma WoWines y dirán: me gusta el vino, porque el vino es historia.